Último día
de clases. Último día y, por ende, quizá la última oportunidad de conocer a
aquella diva. A la hora de la salida, un amigo me instó a hablarle, pero no me
atreví. De pronto, me abrazó por los hombros y me hizo girar ciento ochenta
grados. Lo que vi entonces fue impresionante. Frente a mí estaba ella, Leyla,
acompañada por dos amigas.
-Te
presento a Hugo -dijo mi cuate.
Aterrado,
me sonrojé como nunca y sólo atiné a decirle que había escrito una obra de
teatro (en realidad sólo era el primer acto) y que me gustaría que ella
interpretara el papel principal. Sonrió amable. Me dijo que le pasara una
copia. Se despidió. Y se fue.
Jamás la
volví a ver. Nada supe de ella. No tuve manera de localizarla. Supongo que se
habrá casado con un hombre rico. Tal vez tuvo varios hijos y hoy es una señora
gorda de cincuenta y cinco años. Aun así, si alguien la conoce, díganle que
todavía conservo la obrita teatral y que tengo una sobrina de veintiséis años
que, en su honor, también se llama Leyla.