miércoles, 22 de abril de 2009

Primera gira de Octubre


Sucedió a fines de noviembre de 1974. Yo tenía diecinueve años y llevaba escasas dos semanas de andar con Rosa, mi primera novia (por decirlo así) y ni por asomo imaginaba que mi relación con ella iba a durar cerca de dieciocho años más, que nos casaríamos, que tendríamos dos hijos y que nos divorciaríamos en 1992. Pero ese no es el tema. Recomienzo: sucedió a fines de noviembre de 1974. Desde dos años atrás, yo cantaba con Octubre (un dueto acústico que llegó a ser trío y cuya historia narraré en otra ocasión), al lado de Adolfo Cantú (de dieciséis años por ese entonces), mi mejor amigo de toda la vida, y gracias a mi hermano Sergio nos llegó la oportunidad de presentarnos por primera vez fuera de los límites del Distrito Federal. El lugar de nuestra actuación sería la pequeña ciudad de Huimanguillo, en Tabasco, y tocaríamos al final (¿o al principio?) de una función de cine independiente en Super-8, con películas de mi consanguíneo. Rosa fue a despedirme a la estación de autobuses de Oriente (la TAPO) y el viaje fue larguísimo.

Al llegar a Huimanguillo, que en aquel tiempo era más bien un pueblo muy chico y macondiano, fuimos recibidos por las organizadoras del evento, todas ellas señoras pertenecientes al Comité de Damas de la Asociación Ganadera de Huimanguillo (juro que es cierto) y lo primero que nos mostraron fue el pequeño cartel con el cual estaban promoviendo la función de cine y música. Era de risa loca, ya que en lugar de anunciar a Octubre (al que confundieron con una organización o grupo cultural), me mencionaban sólo a mí y lo hacían como "Hugo, el cantante de moda" (ver imagen). Pocas veces me he carcajeado tanto en la vida. Recuerdo que en el cuarto del hotelito donde nos hospedaron, Adolfo y yo materialmente nos revolcamos de la risa durante un muy largo rato.
Tan surrealista como eso fue la presentación. El local era una especie de gimnasio con pésima acústica y acudió muy poca gente, ya que para nuestra mala fortuna, después de unos veinte años de no hacerlo, justo ese día llegó un circo al pueblo y nos robó a los espectadores. Así, frente a una escasa veintena de señoras y niños, tocamos varias de mis canciones "de protesta" (según el cartel). Hubo un momento muy chistoso, cuando a la mitad de una canción, la gente empezó a hacer ruiditos con la boca y gestos con las manos, mismos que no entendíamos. Hasta que nos dimos cuenta de que un perro callejero se había metido al local y andaba en el escenario, detrás de nosotros. El público trataba de ahuyentarlo para que se fuera y pudiéramos tocar en paz. A pesar de todo, al final nos aplaudieron a rabiar y todo salió muy bien (hasta nos pagaron cien pesos). Así fue la primera y única gira de Octubre. Una experiencia francamente delirante.

domingo, 12 de abril de 2009

¿Calles son destino?


Por alguna extraña razón, a lo largo de mi vida he vivido casi siempre en calles con nombres extraños, estrambóticos y/o significativos. La primera calle (1955-1959) no fue tan rara: Coapa, en la colonia Toriello Guerra, en Tlalpan. La segunda (1959-1960) sólo tiene como misterio la identidad de la persona cuyo nombre lleva: Roberto Gayol, en la defeña colonia Del Valle, delegación Benito Juárez (hasta donde sé, Gayol fue un ingeniero nacido a mediados del siglo XIX que pronosticó el hundimiento del centro del Distrito Federal). Mi tercera calle (1960-1974), ya de regreso a mi pueblo natal, lleva (porque todavía existe, a dos cuadras del centro de Tlalpan) el corporativista y un tanto críptico nombre de Magisterio Nacional (no, hasta donde sé nunca vivió ahí Elba Esther Gordillo), en cuyo número 84 pasé los más importantes años de mi niñez y mi adolescencia. La cuarta (1974-2000) fue Once Mártires, colonia La Fama, en la misma delegación. A pesar de mi vocación de víctima, el nombre nada tiene que ver conmigo (aunque a veces me haya sentido un doceavo mártir) sino con once obreros huelguistas que ahí fueron fusilados por el régimen de Porfirio Díaz. Por último vino mi actual calle (2000 y hasta la fecha), Maximino Ávila Camacho, de nuevo en la Benito Juárez, aunque esta vez en la colonia Ciudad de los Deportes. Este Ávila Camacho fue hermano de Manuel, quien fuese presidente de la república de 1940 a 1946, y arrastraba una terrible fama pública (Ángeles Mastreta lo retrata en su novela Arráncame la vida). Al parecer, fue asesinado por gente muy cercana a él. Cosas de la vida: el hijo de Maximino, Manuel, fue amigo mío (me lo presentó Fernando Rivera Calderón), excelente persona, cosmopolita extraordinario, conversador prodigioso y buen lector de La Mosca en la Pared hasta antes de su muerte, acontecida en 2007.
Cinco calles a lo largo de mi vida, pero con nombres demasiado peculiares.

viernes, 10 de abril de 2009

Foto antigua


En ella aparecen mi abuelo Emiliano y (según creo) su hija, Esperanza, hermana mayor de mi padre. Desconozco dónde fue tomada, pero puedo aventurar que se trata del pequeño lago de las Fuentes Brotantes, en Tlalpan. El año debe ser 1916 o 1917, pues ella le llevaba siete años a mi papá y él nació en 1921. A sus noventa y cinco años recién cumplidos, mi tía aún vive, en la misma Quinta Guadalupe que mandó construir don Emiliano en honor a su esposa, mi abuelita Lupe. Ya escribiré en su momento con más detenimiento de cada uno de ellos. Por lo pronto, presento esta antiquísima y un tanto maltratada imagen que llegó hace poco a mis manos (si le dan clic a la misma, podrán verla en amplitud).

sábado, 4 de abril de 2009

José Agustín


Conocí a José Agustín a mediados de 1971. Mi hermano Sergio y él eran (y siguen siendo) muy buenos amigos –ambos andaban en el rollo del cine- y el primero me llevó varias veces al apartamento del segundo, en la calle Gabriel Mancera (todavía no era el Eje 2 Poniente), en el corazón de la colonia Del Valle. Agustín tenía veintisiete o veintiocho años de edad y recuerdo su hogar (donde también conocí a su esposa Margarita y a sus hermanos Augusto –enorme pintor- e Hilda, La Muñeca, quien en aquellos días estaba muy guapa) como un lugar lleno de luz, discos, libros, carteles, cuadros (sobre todo del propio Augusto), buena música y muy buen sentido del humor. Desde entonces parte mi amistad con el escritor (aunque en esos momentos yo era un escuincle de dieciséis años), de quien para entonces ya había leído varios libros: La tumba, De perfil, La nueva música clásica, Se está haciendo tarde (Final en Laguna) y otros, además de que leía sus artículos de rock en El Heraldo de México (diario en el que José Agustín también solía traducir letras de canciones de los Beatles, los Rolling Stones, Frank Zappa, Jefferson Airplane, etcétera) y las revistas Pop y La Piedra Rodante, ambas en circulación por ese entonces (la foto de portada del número ocho de esta última fue tomada precisamente en el depto agustiniano de la Del Valle y aquí la incluyo). Por supuesto que su literatura me cimbró (había leído La Tumba a mis catorce marzos) y me marcó para siempre, aparte de que sus textos sobre rock sin duda incrementaron mi gusto por el género.

Mi segundo encuentro importante con Agustín –aunque por mi hermano seguí teniendo contactos esporádicos con él, como algunas visitas a su casa de Cuautla- se dio hasta fines de los ochenta, cuando en Editorial Posada me brindaron la dirección de la revista Natura y decidí darle un giro, para hacerla no sólo naturista y vegetariana, sino también ecologista, antinuclearista y contracultural. Para ello invité a José para que colaborara conmigo y aceptó de muy buen grado, con lo que se inició una colaboración editorial que llegaría a su máximo nivel en la revista La Mosca en la Pared, en la cual participó con su columna La cocina del alma desde el primer número, aparecido en febrero de 1994, hasta el último, editado en marzo de 2008.
Larga pues ha sido la amistad y la colaboración entre el Josagus y yo. Conozco bien a dos de sus hijos (Andrés y José Agustín, ambos colaboradores de La Mosca en diferentes momentos), aunque a Jesús, el mayor, sólo lo conocí cuando era un chavito. De vez en vez hablamos por teléfono y/o nos escribimos. La última vez que lo vi en persona fue hace ya algunos años, en 2002, cuando fui con María José Cortés, Isadora Hastings, Damián Ortega y mi hermano Sergio a comer, un sábado lleno de sol, a su preciosa casa cuautlense.

Ahora, diez días después de que le mandé una invitación escrita para que se integre al nuevo proyecto en que estoy trabajando y seis meses después de que hablamos por teléfono y me invitó a pasar un fin de semana en su ya referida casa (cuestión que aún no se concreta), me entero de primera mano del accidente que sufrió en la ciudad de Puebla y del cual por fortuna va saliendo bien librado.
Sólo palabras de agradecimiento puedo externar por José Agustín (quien también había escrito el prólogo para mi libro de entrevistas Rock bajo palabra que en 1996 se quedó entre los proyectos cancelados de Editorial Planeta por falta de presupuesto), siempre tan generoso, desinteresado, afable y buena onda conmigo. Es una persona a quien quiero mucho, lo mismo que a su esposa Margarita y sus tres sensacionales hijos. Espero que se reestablezca pronto y que lea estas sinceras palabras (y que nos veamos muy pronto en su querida y cálida Cuautla).