Para quienes nacimos hace algunas décadas en el antiguo pueblo de San Agustín de las Cuevas, el cine
Tlalpan forma parte de nuestra educación sentimental y nuestra malformación cinematográfica. Al contrario de los salones de cine neoyorquinos de su infancia y adolescencia (el
Midwood, el
Kent, el
Vogue, el
Avalon) que Woody Allen recuerda como templos relucientes e impecables, el
Tlalpan jamás rebasó su calidad de cine
piojito y absolutamente popular. Su mayor auge lo tuvo en la década de los sesenta, cuando su arquitectura era muy diferente a la actual. Aposentados en sus incomodísimas sillas de
triplay, parvadas de mocosos asistíamos a las funciones triples (entre semana) y dobles (sábados y domingos), en las cuales por un peso con cincuenta centavos (entre semana) o dos cincuenta (sábados y domingos) podíamos ver tres películas mexicanas en blanco y negro (del Santo, de
Tin Tan, de Viruta y Capulina, del
Piporro et al, entre semana) o dos filmes mexicanos o extranjeros en color (sábados y domingos).
El ambiente en el cine
Tlalpan (ubicado en la esquina que hacen la avenida San Fernando y la otrora bellísima calle Juárez) era bastante peculiar y había espectadores de sospechoso aspecto que asistían prácticamente a diario. En particular, yo solía ir con mi bola de cuates de once o doce años y siempre nos sentábamos en la fila “de hasta adelante”. Fue ahí donde vi mi primera película “fuerte”:
Mujeres, mujeres, mujeres, pésima cinta mexicana sesentera cuya escena más excitante presentaba a Ana Bertha Lepe peinada con chongo, en calzones rojos (¿o eran negros?), mientras se tapaba los pechos con las manos. Para nosotros, sin embargo, fue como ver porno
hardcore. Hoy pasan ese churrito como si nada en el canal 9.
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Esto es hoy lo que fue el viejo Cine Tlalpan. |
No obstante, hubo dos momentos cumbres, históricos, en el cine
Tlalpan. El primero, cuando se presentó
San Martín de Porres (con René Muñoz). Las colas para entrar se extendían a varias cuadras por avenida San Fernando y la hermosa y arbolada calle Juárez. El segundo, cuando se estrenó
El Cid, con Charlton Heston. Fue para los tlalpeños un verdadero
shock cultural en
cinemascope y
technicolor.
Me parece bien que las autoridades delegacionales hayan recuperado y remozado al cine
Tlalpan, para transformarlo en el auditorio
Ollin Kan. Lástima, sin embargo, que jamás se podrá rescatar su antigua grandeza de sala
piojito que hoy nos causa a algunos, ¡ay!, tanta nostalgia.